miércoles, 13 de abril de 2011

COLOMBIA o ESCUELA POPAYAN

ESCUELA POPAYAN

Focalizando nuestra atención en el Popayán de la época Colonial, nos topamos con una situación de solvencia económica y social, en los finales del siglo XVII, gracias a la riqueza aurífera. Favorecida por esta situación, a la clase elevada que tenía conexiones culturales y familiares con personas importantes de la península ibérica, se le facilitó la importación de las ideas y propósitos artísticos. De esta manera se inició el trasplante Barroco a Popayán, que se prolongaría al siglo XVIII, entrando, posteriormente, en conjunción con el estilo neoclásico.

ESCULTURA
De excelente calidad han sido las muestras barrocas con que Popayán ha contado; y muchas de significativa importancia se conservan aún, a pesar de las pérdidas sufridas en los trágicos sismos que la ciudad ha sufrido desde 1566, cuando ocurrió el primero del que se tiene noticia. Como una magnífica demostración contrarreformista, cuenta Popayán con algo que, sin hipérboles, puede considerarse de carácter mundial: las procesiones de Semana Santa. Para su realización se dispone de imágenes de indiscutible valor portadas en andas adornadas con bellísimas orfebrerías de plata.

“La creación de la imagen de devoción, dice Santiago Sebastián, está de acuerdo con una corriente espiritual muy pujante en la época barroca, y que caracterizó en la fijación de una serie de modelos iconográficos queridos del pueblo, ya que las imágenes fueron creadas en comunicación con el fiel, cuya espiritualidad no solo influyó sino que exigió repetición de un tipo de imagen que correspondía a sus gustos devocionales. Solo así se comprende el ininterrumpido gusto barroco del pueblo payanés atesorando imágenes que son réplica o copia de modelos famosos en España o en Quito.”

Sería muy largo enumerar las imágenes de cada una de las cuatro procesiones que se realizan del Martes al Viernes Santos. En cada una de estas pueden apreciarse obras de reconocida buena calidad, salidas de las manos de escultores y talladores españoles, quiteños y payaneses, pertenecientes a diversas escuelas, en algunas de las cuales se adivina la influencia de los grandes maestros españoles del barroco como Martínez Montañez, Salzillo, Cano y otros, así como la del genial indio ecuatoriano Manuel Chili, Caspicara.

Permítasenos tan solo hacer mención del Cristo de la Vera Cruz, perteneciente a la procesión del Jueves Santo, de la escuela sevillana, considerado como una de las obras más valiosas; el San Pedro del paso de la negación que sale el Martes Santo, expresivo y patético. Fuera de las iglesias, en varias casas particulares se hallan piezas de valor de la imaginería barroca, guardadas de generación en generación.

Arquitectura
Popayán ha contado con verdaderas joyas barrocas. El templo de San Francisco, diseñado por el arquitecto español Antonio García. Refiriéndose a su fachada, Santiago Sebastián, uno de los más calificados y expertos conocedores del arte que Popayán posee, afirma que es lo más interesante que produjo el barroco neogranadino. Fachada que nos hace recordar por su planitud y elegancia, a la muy famosa de El Jesú, en Roma.



El templo de San Francisco, además de su intrínseco valor arquitectónico, tiene cosas estupendas en su interior, como el púlpito, considerado por otro crítico e historiador del arte, Marco Dorta, como el mejor de Colombia, y las imágenes de San Francisco Javier, de San Francisco de Asís, ámbas del taller de Caspicara y la de San Pedro Alcántara, “la obra cumbre de la imaginería barroca en Colombia” a decir del maestro Sebastián.

Debemos hacer también mención de las joyas insuperables que alberga el templo de San Francisco: la Inmaculada de Bernardo Legarda, una valiosísima creación del tallista quiteño. Y La Custodia, obra del español José de la Iglesia, terminada en 1740.



El templo de la Compañía o San José, destruído por el sismo de 1736, fue reconstruido bajo la dirección del lego jesuita alemán Simón Schenherr. La fachada de este templo, con su portada exterior, está cobijada por un gran arco abocinado, único en la ciudad. Esta portada, de acuerdo con el concepto de Marco Dorta, constituye, por el movimiento de sus plantas, el más barroco de los monumentos payaneses. En San José, en su sacristía, puede también apreciarse un detalle arquitectónico único en su clase, que no se repite en otro templo: la enorme columna central sobre la cual reposan cuatro arcos que sostienen el piso superior. En esta misma sacristía se encuentra un lavamanos con tanto carácter barroco, tal como el que se advierte en la portada exterior.

Del templo de la Compañía o San José, bien puede decirse sin exagerar, que constituye por su singularidad, una de las obras monumentales del barroco más interesantes de Popayán.

En el terremoto de 1736 la iglesia de La Encarnación o Las Monjas, fue destruída. Para ponerla de nuevo en pie, se comisionó al arquitecto Simón Schenherr. En 1782 volvió a lucir en tod su esplendor, con sus hermosas portadas de sabor neoclásico, pese a ser obras de Schenherr, de tanta vocación barroca.

La Encarnación posee retablos barrocos de fina calidad y gran belleza, en especial el mayor considerado por los expertos como el mejor logrado de todos los que se encuentran en los templos payaneses, y en el cual pueden adivinarse visos del rococó. Asimismo, a La Encarnación pertenece un sagrario, considerado también como el más interesante en su tipo, de los que hay en Popayán.

Al ocuparnos del templo de Santo Domingo en relación con el arte barroco, obviamente nos vienen a la mente los retablos que allí se encuentran; en uno de los cuales, en el mayor, se hallan las encantadoras figuras barrocas de San Joaquín y Santa Ana, que durante muchos años nos han fascinado a todos los que pertenecemos al “arria de Santo Domingo”, y quienes, en nuestra lejana niñez, hicimos nuestras primeras armas en el templo como monaguillos al principio, y, posteriormente, cuando lo merecimos, como campaneros, encaramados en la hermosa y típica torre en cuyo diseño intervino el ilustre arquitecto payanés, Don Adolfo Dueñas.



El templo de Santo Domingo, tal como ha sucedido con las otras iglesias, ha sido víctima de varias destrucciones debido a los sismos. Después del acaecido en 1736, el santafereño Gregorio Causí, lo reconstruyó.

Por supuesto, hablando de Santo Domingo, difícil sería callar la presencia del famosísimo portalón, arcaizante y maravilloso, levantado en 1741. Tanto del famosísimo portalón como de los retablos de esta iglesia, en el cual se destaca el de las estípites, único en su clase, por tener estas las manos en actitud orante, lo que es muy raro, pues lo común es que los brazos estén cruzados; la Virgen del Rosario, único resto del siglo XVI en la ciudad, que, según Santiago Sebastián, es la mejor talla de esta época en el Sur de Colombia.

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